
¡Qué terrible! ¡Qué terrible!
Los fonemas retumban en las indignadas paredes tal cual se deslizan las falanges por su rostro. El aire carbonizante despertaba a un demonio de creciente coraza, mientras las maldecidas paredes muros de cemento apiñados con recuerdos, cedían el paso a la misteriosa obsesión del hombre por el fuego, del fuego por el hombre. Una lujuria, una demanda, una pulsión, aquellas del Nostradamus infinito con sus ancas exacerbadas.
Los fonemas retumban en las indignadas paredes tal cual se deslizan las falanges por su rostro. El aire carbonizante despertaba a un demonio de creciente coraza, mientras las maldecidas paredes muros de cemento apiñados con recuerdos, cedían el paso a la misteriosa obsesión del hombre por el fuego, del fuego por el hombre. Una lujuria, una demanda, una pulsión, aquellas del Nostradamus infinito con sus ancas exacerbadas.
Rocío Fernández
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